Cuando Me Enamoro
Capítulo 17
Varios días
después en Casa de Victoria…
C: Hola, mami (saludó
Cristina, dejándose caer en el sofá al lado de su madre). Espero que te des cuenta de que estoy muerta
de aburrimiento (añadió, con un profundo suspiro).
Victoria estaba
ocupada limpiando y no se detuvo a responder hasta que finalmente le pregunta:
V: ¿Por qué no
haces tus deberes escolares?
C: Qué simpática
eres, mami. Estamos en vacaciones de verano...
no tengo deberes escolares.
V: Es cierto. Entonces llama a Nicole. Estoy segura de que ella te ayudará a salir de
tu aburrimiento (y podría dar a Cristina alguna información sobre Marcos, pensó).
Marcos había
salido con paso firme de la casa aquella noche y, aunque Victoria pensó que se
le rompería el corazón lo dejó ir. Desde
entonces, había pensado las cosas. Se
moría por saber algo de Marcos. Cualquier
cosa. Pero no sabía nada de él desde la
noche de la fiesta, y cada día que pasaba le parecía una eternidad.
C: No tengo
deseos de llamar a Nicole.
V: Podría
sugerirte que limpies tu cuarto.
C: Eres muy
graciosa, mamá. Muy graciosa.
V: Caramba, soy
simpática y graciosa en una sola noche. Qué
suerte he tenido.
Sin replicar
nada, Cristina tomó una revista y la hojeó distraídamente, sin encontrar una
sola ilustración del artículo que llamara su atención. Dejó a un lado la revista y tomó la otra. Cuando terminó de hojear las cuatro revistas
que estaban en la mesita para el café, Victoria estaba perdiendo la paciencia.
V: Llama a
Nicole.
C: No puedo.
V: ¿Por qué no?
C: Porque no puedo.
Eso no tuvo
sentido para Victoria. Y el sugerir que Cristina
llamara a Nicole era otra señal de que quería solucionar la desavenencia con Marcos.
Hacía dias que no sabía nada de él. Diez interminables días y con cada uno que
pasaba lo extrañaba más. Había dudado en
llamarlo, presa de la indecisión, en lucha interna con su orgullo. Lo que ella le había dicho aquella noche era cierto.
Pero había reaccionado con exageración
en la fiesta y ahora se sentía avergonzada y culpable. Cuando se fue de la casa, Marcos le sugirió
que lo llamara cuando entrara en razón. Bien, a la siguiente mañana ya estaba
dispuesta a reconocer su culpa. Y su
necesidad. Pero el orgullo la retuvo. Y con cada día que pasaba, le resultaba más
difícil tragarse su orgullo.
C: Sabes que no
puedo llamar a Nicole (se quejó Cristina).
V: ¿Por qué no?
¿Volvieron a disgustarse? (preguntó Victoria sin mirar a su hija). Su mente estaba ocupada y divagaba en su
relación con Marcos.
C: Ya nunca peleamos
o discutimos. Pero Nicole está en Mar de
Plata.
Victoria alzó la
mirada.
V: ¿Sí? ¿Y qué
hace allá?
C: Creo que fue a
visitar a su abuela.
V: ¿Su abuela?
C: Si fue por una
semana a visitarla ya que hacía varios meses que no la veía.
V: No, no lo
sabía.
C: Sí lo sabías. Te dije que Nicole se iba el domingo pasado.
¿Recuerdas?
Vagamente, Victoria
recordó la conversación; ella había estado pelando patatas en la cocina. Pero durante la semana anterior, cada vez que
su hija mencionaba a Nicole o Marcos, hacía un esfuerzo para no escuchar lo que
decía. Ahora estaba hambrienta de
información.
Su hija se irguió
en su asiento y miró a su madre.
C: ¿No te dijo el
señor Guerrero que Nicole se iría?
V: Pues... no.
Cristina suspiró
y se reclinó en el sofá.
C: Hace mucho que
no lo ves, ¿verdad?
V: Pues... no.
Cristina tomó la
mano de su madre y la palmeó con suavidad.
C: ¿Discutieron?
V: No
exactamente.
La mano de Cristina
continuó su acción apaciguadora.
C: Está bien,
cuéntamelo todo. No te guardes nada;
necesitas decirlo todo. Desnuda tu alma.
V: ¡Cristina!
C: Mami, lo
necesitas. Expresar tu enfado y tu
frustración te ayudará. Tienes que
desahogar tus inquietudes. Deja aflorar
tu subconsciente.
V: ¿Desahogar mis
inquietudes? ¿Aflorar el subconsciente? ¿De dónde has sacado tú ese lenguaje?
Cristina parpadeó
y ladeó la cabeza.
C: Una amiga me
prestó un libro de psicología aplicada.
V: Ah! Entiendo (murmuró Victoria y alzó los ojos al
techo).
C: ¿Estás segura
de que no me lo quieres contar todo?
V: No, no te
contaré nada.
Cristina soltó un
suspiro y se alzó de hombros.
C: Eso supuse. Cuando se trata del papá de Nicole no quieres
decir nada. Es como un oscuro secreto
que quieres ocultar de Nicole y de mí. Bien,
no importa, estamos haciendo lo mejor por entenderlos. Ustedes no quieren que nos hagamos ilusiones. Puedo entenderlo, aunque me parece muy injusto
(la niña se puso de pie y miró a su madre con evidente anhelo, luego se palmeó
los costados con las manos). Estoy
contenta con seguir viviendo como vivimos... aunque sería muy lindo tener un
hermanito, un bebé al cual cambiarle los pañales. Y tú sabes que siempre he querido tener un
hermanito.
V: Cristina...
C: No, mami (Cristina
alzó una mano como para detener un tren en marcha). De veras, comprendo. Tú y yo nos llevamos bien así solas y creo que
no habría necesidad de complicar las cosas con Nicole y su papá. Eso podría causar verdaderos problemas. Por primera vez Cristina estaba hablando con
sensatez.
C: Aunque sería
muy agradable sentirme parte de una verdadera familia.
V: Cristina, ya
es suficiente (exclamó Victoria, sacudiendo la cabeza. Su hija estaba provocándole tanta culpabilidad
que ella comenzaba a escuchar violines de fondo). Tú y yo formamos una verdadera familia.
C: Sí, mami, pero
podría ser mucho mejor (Cristina volvió a sentarse al lado de su madre y cruzó
las piernas).
Obviamente sus
razonamientos habían sido preparados con bastante anticipación y, sin detenerse
a respirar entre una frase y otra, procedió a enumerar las ventajas de unir las
dos familias.
V: Cristina...
Una vez más su
hija la detuvo con una mano extendida cuando Victoria inició su enumeración de
las posibles desventajas. Victoria poco
pudo hacer para contener el bien planeado discurso de su hija. Con paciencia
esperó a que Cristina concluyera.
V: No quiero
volver a hablar de Marcos (dijo con firmeza). Ni una sola palabra. ¿Entendido?
Cristina miró a
su madre con ojos tristes.
C: Está bien, si
eso es lo que realmente quieres.
V: Lo es, Cristina.
No quiero que vuelvas a mencionar el
nombre de Marcos.
Prohibir el
nombre de Marcos de los labios de su hija y prohibirlo de su propia mente eran
dos cosas diferentes, decidió Victoria una hora después. Le tomó otra hora hacer acopio de valor para
llamar por teléfono a Marcos. Él
contestó al segundo timbrazo.
V: Hola, Marcos...
habla Victoria (incluso eso era casi más de lo que ella podía decir).
M: Victoria (la
forma como él dijo su nombre reveló su placer al escucharla).
Ella agradeció
para sí que él no mencionara de inmediato la fiesta y la discusión subsecuente.
V: ¿Cómo has
estado?
M: Bien. ¿Y tú?
V: Bien (contestó
ella con cierta timidez. Se apoyó contra
la pared, cruzando y descruzando los tobillos). Escucha, la razón por la que llamé es porque Cristina
me dijo que Nicole estaba con su abuela y pensé que estabas un bajoneado por la
ausencia de tu hija y una charla entre padres solteros te vendría bien.
M: Lo que
necesito en realidad es volver a verte (le dice Marcos directamente). Cielos, mi amor, como que te llevó bastante
tiempo para decidir llamarme. Pensé que
me harías esperar por siempre. Diez días
es como mucho tiempo, Victoria. ¡Diez largos días!
V: Marcos...
M: ¿Podemos
vernos en alguna parte?
V: No estoy
segura (la mente de Victoria buscó una docena de excusas, pero no pudo negar lo
solitaria y desdichada que se había sentido, cuanto necesitaba sentirse rodeada
por los brazos de él). Tendría que
buscar quién cuidara a Cristina y eso podría ser difícil a esta hora.
M: Entonces yo
iré a tu casa.
V: Está bien (murmuró
ella).
Hubo un breve
silencio. Cuando Marcos volvió a hablar,
su voz estaba enronquecida de emoción.
M: Me alegra que
hayas hablado, Victoria.
V: Yo también me
alegro (repuso ella con voz trémula y nerviosa).
M: Estaré allá
dentro de media hora.
V: Tendré café
listo.
Cuando Victoria
colgó el receptor, la mano le temblaba y era como si tuviera otra vez veintiún
años. El corazón le palpitaba con
violencia sólo por haber escuchado la voz de Marcos, y la cabeza le daba
vueltas al pensar que dentro de poco lo vería. Qué equivocada había estado al creer que si lo
alejaba de su vista y su mente también lo alejaría de su corazón. Qué tonta había sido al negar sus propios sentimientos
y emociones. Lo amaba, mucho, y eso es
lo único que le debía importar.
Apenas tuvo
tiempo de darse unos toques de maquillaje y pasarse un cepillo por el pelo. Cristina había estado en su cuarto durante la
pasada hora sin hacer ningún ruido; Victoria esperaba que estuviese dormida.
Apenas acababa de
poner agua en la cafetera cuando sonó el timbre de la puerta.
La puerta del
dormitorio se abrió de par en par y Cristina apareció en pijama, completamente
despierta.
C: Yo abro (gritó).
Victoria quiso
detenerla, pero fue demasiado tarde. Con
un suspiro resignado, permaneció en segundo plano y esperó a que su hija
recibiera a Marcos.
Cristina se
volvió a mirar a su madre, mostrando una sonrisa tan ancha como el río
Mississippi.
C: Es ese hombre
cuyo nombre se supone no debo pronunciar.
V: Sí, lo sé.
C: ¿Lo sabes?
Victoria asintió.
C: Bien. Resuelve las cosas con él, mami. Alíviate de toda esa presión interna. Líbrate de la turbulencia antes que te coma
viva.
Victoria dirigió
una lánguida sonrisa al recién llegado, luego volvió su atención a Cristina.
V: Por lo visto
también has estado leyendo novelas románticas. Bien, jovencita, ¿no es hora de que te vayas a
acostar?
C: No.
V: Sí, es hora,
señorita (Victoria entrecerró los ojos).
C: Pero, mami,
estamos en vacaciones de verano, así que puedo dormir hasta tarde mañana... ah,
ya entiendo, quieres que me desaparezca.
V: Podrías leer
en tu cuarto o escuchar música con tus audífonos.
Cristina ofreció
a su madre otra sonrisa luminosa.
C: Buenas noches,
mami. Buenas... papá de Nicole.
M & V: Buenas
noches (dijeron al unísono).
Continuará…
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