Cuando Me Enamoro
Capítulo 13 - Visita Inesperada
Esa noche, digo
madrugada, Marcos y Victoria habían decidido no decirles todavía nada a sus
hijas. Ellos querían que su relación se
afianzara más, querían ver como su recién noviazgo se encaminaba día a día, pero
sobre todo no darles a sus hijas falsas expectativas y que su amistad se viera
afectada por un problema amoroso de ellos.
Días después…
De rodillas en el
suelo de la cocina, Victoria contenía el aliento y asomaba tentativamente la
cabeza en el horno cubierto de espuma. Hizo
una mueca ante el olor del detergente mientras pasaba la esponja por los lados.
Una inusitada oleada de energía la había
impulsado a trabajar en la casa esa mañana de sábado.
C: Ya me voy (anunció
Cristina detrás de ella).
Victoria sacó la
cabeza del horno y se volvió a mirar a su hija.
V: ¿A qué hora
terminarás tu trabajo en la biblioteca? (Cristina y Nicole estaban trabajando
juntas en un proyecto escolar y, aunque se quejaron porque debían hacer
investigaciones, habían llegado a disfrutarlo. Quizás en parte por la cantidad de chicos de
secundaria que asistían a la biblioteca).
C: No sé, mami,
pero te llamaré. Y recuerda, Nicole
vendrá a casa después.
V: Recuerdo.
Cristina vaciló,
luego preguntó:
C: ¿Cuándo
volverás a salir con el señor Guerrero?
Victoria consultó
el calendario.
V: El próximo fin
de semana. Iremos a una fiesta de su
compañía.
C: Oh.
Victoria se pasó
un brazo por la mejilla y miró a su hija con suspicacia.
V: ¿Qué quiere
decir eso?
C: ¿Qué?
V: Escucha.
Cristina se
encogió de hombros.
C: Nada... lo que
pasa es que no estás saliendo con el señor Guerrero tanto como deberías. Te gusta él, ¿verdad?
V: Es muy
agradable (dijo Victoria con cautela. Si
admitía algo más que una leve atracción, Cristina deduciría mucho más).
C: ¿Agradable? (exclamó
Cristina). ¿Es todo lo que puedes decir
sobre el señor Guerrero? Creo que él es
mucho más que agradable, mamá.
Suspirando con
fuerza, Victoria volvió a meter la cabeza en el homo, como el avestruz en su
hoyo, y talló con fuerza los costados.
C: ¿Vas a
ignorarme? (preguntó su hija).
Victoria volvió a
sacar la cabeza y miró sin pestañear a su hija.
V: Sí. A menos que te ofrezcas a limpiar tú misma el
horno.
C: Lo haría, pero
tengo que ir a la biblioteca con Nicole.
Victoria hizo una
mueca escéptica y cuando iba a volver a su tarea oyó la bocina de un auto
afuera.
C: Es el señor Guerrero
(indicó la niña, mirando hacia la sala). Te llamaré cuando hayamos terminado.
V: De acuerdo,
nena. Trabaja bien.
C: Lo haré.
Con una agilidad
que habría sido envidiada por un corredor olímpico, Cristina salió de la
cocina. Dos segundos después sonó con
fuerza la puerta del frente al cerrarse. Victoria estaba un poco decepcionada de que Marcos
no hubiera pasado a saludarla. El había
telefoneado antes para explicar que, después de dejar a las jóvenes en la
biblioteca, iría a su oficina para estar allí un par de horas. Había surgido un problema inesperado y
necesitaba afrontarlo de inmediato.
En realidad Victoria
tenía que admitir que estaba más agradecida que decepcionada de que Marcos no
hubiera entrado. Necesitaba esa corta
separación para poner en orden sus sentimientos. Después de haber hecho el amor con Marcos, Victoria
supo que estaba completamente enamorada de él.
Cada vez que pensaba en él la asaltaba una oleada de calor y felicidad. Por primera vez desde su separación se
permitía el lujo de volver a soñar, de amar y aunque la idea de casarse y
formar una gran familia la excitaba y emocionaba, pero también la aterraba.
Quince minutos
después, con el sudor perlándole la frente y el labio superior, Victoria lanzó
un suspiro y se sentó sobre los talones. El pelo, que se había atado atrás de la
cabeza, se le había soltado. Se apartó
con una mano los sueltos rizos. Luego
vació la cubeta de agua sucia y la volvió a llenar para dar una última limpiada
al horno. Se había acuclillado, cuando sonó el timbre de la puerta.
V: Vaya (pensó,
bajando la mirada de su propio aspecto. Parecía a alguién que ha escapado de la
ciénaga en una película de terror. Forzando
una sonrisa, se quitó los guantes de látex y fue hacia la puerta).
V: ¡Antonio!
—exclamó Victoria con azoro al ver a su ex compañero en la entrada.
A: ¿Puedo entrar?
V: Por supuesto (farfulló
ella, pasándose una mano por los cabellos y apartándose para dejarlo pasar).
Antonio tenía muy
buena apariencia, como siempre.
A: Me da gusto
verte, Victoria.
V: ¿Qué te trae
acá? (ella trató por mantener la voz tranquila y controlada, procurando ocultar
el descontrol que le había causado la inesperada visita).
A: Debo asistir a
una conferencia en el centro de la ciudad. Perdona por haber venido sin avisar, pero ya
que vine a Buenos Aires, me pareció que podía pasar a ver cómo están tú y Cristina. (Antonio fue parte de crianza de Cristina en
su niñez)
V: Me hubiera
gustado que llamaras antes. Cristina está
en la biblioteca.
A: Debí haber
llamado antes, pero no sabía si tendría el tiempo para venir.
Victoria no creyó
eso en absoluto. No le habría tomado
mucho tiempo ni le habría sido engorroso telefonear antes de salir del hotel. Pero ella no comentó nada, pensando que sería
inútil.
V: Pasa y toma
una taza de café (lo condujo a la cocina y le sirvió una taza).
El la recompensó
con una sonrisa deslumbradora. Cuando
quería, Antonio podía ser encantador, atento y hasta generoso. Desconcertadamente, su ex pareja no era del
todo mala persona. La había herido con
su infidelidad, pero a su manera la había amado y a Cristina también; tanto
como podía amar un narcisista inmaduro. Tuvieron
que pasar varios años para que Victoria tuviera la suficiente perspectiva para
apreciar las cualidades de Antonio y perdonarle el dolor que le causara.
A: Está linda tu
casa (comentó él, mirando a su alrededor). ¿Cuánto hace que vives aquí?
V: Hace varios
años.
A: ¿Cómo está Cristina?
Victoria se alegró de que la conversación se desviara un poco al tema de
Cristina.
Antonio escuchaba
y reía y luego su expresión se suavizó al estudiar a Victoria.
A: Tienes muy
buena apariencia.
Ella hizo una
mueca irónica.
V: Seguro, acabo
de trabajar en el jardín y de limpiar el horno; debo de estar espléndida.
A: Ya me
preguntaba yo sobre tu nuevo perfume con olor a detergente.
Ambos rieron. Antonio comenzó a bromear con ella respecto a
sus primeros años juntos y sobre los platillos experimentales que ella le había
cocinado esperando alabanzas. Victoria
disfrutó los comentarios, pues Antonio sabía ser gracioso y divertido cuando
quería.
El timbre de la
puerta sonó y, todavía riendo, Victoria se puso de pie.
V: Debe de ser
uno de los chicos del vecindario. No
tardaré (nunca cesaba de asombrarse de lo agradable que era estar con Antonio).
Le había desgarrado el corazón, le había
mentido, le fue infiel y, sin embargo, no podía estar con él sin reír y
sentirse a gusto. Era una de esas
personas a las que podía catalogar como "simpático". Victoria era lo bastante madura para reconocer
los defectos de su ex pareja, pero sin dejar de notar sus cualidades).
Por segunda vez
ese día, Victoria recibió un impacto al ver al hombre que estaba en el umbral.
V: ¡Marcos!
M: Hola (saludó
él con una sonrisa de conejo). Nuestras
hijas se quedaron en la biblioteca y me pareció que podría pasar por una taza
de café antes de ir a la oficina. Allá
afuera oí que reías. ¿Tienes compañía? ¿Prefieres que regrese después?
V: No... No,
entra (dijo Victoria, con el pulso acelerado).
Bajando la
mirada, se apartó automáticamente. Marcos
entró a la sala e hizo una pausa, luego alzó una mano y tocó con suavidad la
mejilla de Victoria en un gesto tan tierno y amoroso que ella deseó arrojarse a
sus brazos.
Marcos la miró
con atención, pero a ella le costó trabajo sostenerle la mirada. El arrugó el ceño y sus ojos se
ensombrecieron.
M: Es mal momento
para visitarte, ¿verdad?
V: No... De veras
no (cuando Victoria se volvió, Antonio estaba parado en el umbral de la cocina,
mirándolos. La sonrisa de Victoria era
trémula, casi una mueca, mientras hacía las presentaciones). Antonio, te presento a Marcos Guerrero, Marcos,
él es Antonio... mi expareja.
Por un momento,
los dos hombres se miraron como dos osos iracundos reclamando su territorio. Cuando se acercaron uno al otro, Victoria
contuvo el aliento por temor de que ninguno hiciera el esfuerzo por ser
civilizado.
Azorada, los
observó intercambiar apretones de mano y saludos corteses.
V: Antonio vino a
Buenos Aires para una conferencia sobre bienes raíces y quiso pasar a saludar a
Cristina (explicó Victoria, casi barbotando las palabras).
A: También vine a
saludarte a ti, Victoria (agregó Antonio en tono sugerente).
Ella le dirigió
una mirada de enfado antes de entrar a la cocina, seguida por los dos hombres. Victoria caminó directo a la alacena, sacó
otra taza, la llenó con café y se la llevó a Marcos, a la mesa.
M: Cristina y mi
hija están en la biblioteca (anunció Marcos en tono muy cortés, pero Victoria
percibió la corriente oculta).
A: Sí, Victoria
me lo dijo (replicó Antonio).
Los dos hombres
permanecieron de pie, sonriéndose. Marcos
se sentó primero y Antonio hizo lo mismo en seguida.
A: ¿A qué se
dedica usted? (preguntó Antonio).
M: Soy socio mayoritario
de Deportes Extremos.
Fue obvio para Victoria
que Antonio no se dignó escuchar la respuesta de Marcos, porque de inmediato
dijo en tono petulante:
A: Hace poco abrí
mi propia agencia de bienes raíces y tengo planes de expandirme en los próximos
dos años.
Al observar el
cambio en la expresión de su ex pareja cuando fue penetrando en su conciencia
la identidad de Marcos, Victoria apenas pudo contener la risa.
A: Deportes
Extremos (murmuró Antonio, casi boquiabierto). Recuerdo haber leído en el periódico que John
Becky se había asociado con alguien.
Victoria casi
sintió lástima por Antonio.
V: Cristina y la
hija de Marcos, Nicole, son muy buenas amigas. Participaron juntas en el festival artístico
de la escuela... del que te estaba hablando.
M: Siendo tan
buenas amigas nuestras hijas, lo más natural fuera que Victoria y yo
comenzáramos a intimar (manifestó Marcos, dirigiendo a Victoria la más cálida
de las sonrisas).
A: Entiendo (murmuró
Antonio).
M: De veras
espero que entienda (replicó Marcos, con frialdad).
Victoria resistió
el impulso de alzar los ojos al techo. Los
dos se estaban comportando como dos chicos inmaduros, entablando un duelo de
miradas y palabras como dos colegiales compitiendo por una chica.
A: Creo que será
mejor si me retiro (dijo Antonio luego de un momento. Se puso de pie, como ansioso por iniciar la
retirada).
Como buena anfitriona,
Victoria se levantó cuando Antonio lo hizo.
V: Te acompaño a
la puerta
Antonio dirigió a
Marcos una sonrisa cautelosa.
A: No es
necesario.
V: Por supuesto
que sí.
Para
consternación de Victoria, Marcos los siguió y permaneció en segundo plano
mientras Antonio hablaba, Victoria podía sentir la mirada de Marcos quemándole
la espalda. No entendía por qué la había
seguido a la puerta. Era una muestra de
desconfianza y eso la irritaba sobremanera.
En cuanto su ex pareja
se fue, ella cerró la puerta y se vio a mirar a Marcos con enfado.
M: Pensé que él
te había roto el corazón (dijo Marcos con voz seca y de modo cortante).
Victoria se
preguntó si debía responderle o no, luego decidió que lo mejor sería aclarar la
atmósfera.
V: Sí. Me lo rompió.
M: Te escuché
reír cuando llamé a la puerta. ¿Pasas con frecuencia tan buenos ratos con
hombres que se supone que odias?
V: No odio a Antonio.
M: Es obvio.
V: Marcos, ¿qué
pasa contigo?
M: ¿Qué me pasa?
Nada... no me pasa nada. Resulta que me
encuentro a mi novia, en charla animada con su ex pareja, y no tengo empacho en
decir que estoy enfadado. Pero no me
pasa nada. A quien le pasa algo es a ti.
Victoria hizo un
esfuerzo por conservar la calma.
V: Marcos! Antes que comencemos a discutir, sentémonos y
hablemos del asunto (Victoria se encaminó a la cocina y, una vez allí, tomó la
taza de Antonio y la depositó en el fregadero. Deseaba borrar toda evidencia de la visita de
su ex pareja. Quería mostrar a Marcos
que Antonio ya no significaba nada para ella. Pero también quería hacerle entender que no
eran enemigos).
V: Primero que
nada (declaró ella, con tanta calma como le permitía su acelerado corazón),
nunca podría odiar a Antonio como pareces suponer que debo odiarlo. Por lo que a mí respecta, creo que eso sería
contraproducente. Antonio es incapaz de
serle fiel a una sola mujer, por lo que prefiero mantener con él una relación
amistosa.
M: Pero él te
engañó... te utilizó.
V: Sí (tuvo que
admitir ella). Pero, Marcos, viví muchos
años con Antonio. No es del todo malo,
nadie lo es, y también hubo algunos buenos momentos en nuestra relación. Ahora estamos separados. ¿De qué serviría abrigar resentimiento contra
él?
M: Desde el
momento que entré aquí, La actitud que mostró él fue de que podría recuperarte en
el momento en que quisiera.
Victoria no
estaba ciega; había reconocido las miradas que su ex pareja había dirigido a Marcos
y las insinuaciones.
V: Eso le
gustaría creer. Eso lo ayuda a sostener
su ego.
M: ¿Y se lo
permites?
V: No, de la
manera como lo imaginas.
Marcos meditó eso
unos momentos.
M: ¿Con qué
frecuencia se presenta sin anunciarse como ahora?
Victoria vaciló,
preguntándose si debería responder esa pregunta. El tono de Marcos se había suavizado, pero era
obvio que aún estaba enfadado.
V: Hacía más de dos
años que no lo veía. Esta es la primera
vez que viene a esta casa.
Las manos de Marcos
aferraron con dedos crispados la taza.
M: Todavía lo
amas, ¿verdad?
La pregunta
golpeó a Victoria en medio de los ojos. Abrió
la boca y la cerró varias veces mientras buscaba las palabras para negar tal
sugerencia. Luego comprendió que no
podía. Sería fácil mentir a Marcos
respecto a esto para conservar la paz, pero sería un engaño mutuo.
V: Supongo que en
cierta forma lo quiero (dijo con voz suave). Aunque me gustaría decirte que ya no siento
nada por él, no puedo hacerlo con absoluta honestidad. Pero, por favor, trata de entender...
M: No necesitas
decir más (Marcos se puso de pie de improviso, con la espalda rígida). Te agradezco que me hayas dicho la verdad. No te quitaré más tu tiempo. Deseo que tú y Cristina sean felices (con
esto, salió de la cocina a grandes zancadas, en dirección a la puerta principal).
Victoria estaba
consternada.
V: Marcos...
hablas como si no quisieras volverme a ver.
M: Creo que sería
lo mejor para todos (replicó él, sin volverse a mirarla).
V: Pero... esto
es una tontería. Nada ha cambiado (Victoria
cerró la boca con firmeza). Si Marcos
quería comportarse de manera tan infantil y arruinarlo todo, no estaba
dispuesta a discutir con él. Fue él
quien insistió en que existía algo especial entre ellos. ¡Y ahora se comportaba así! Bien. Si
así lo quería... Mas vale descubrir a
tiempo lo irrazonable que podía ser. Era
mejor saber que podía volverse tan iracundo y ofensivo.
M: No tengo
intención de relacionarme con una mujer que todavía ama al ex pareja
irresponsable (anunció él con voz controlada, pero teñida de tensión interior).
Sin poder
contener por más tiempo su furia, Victoria cruzó con paso firme la sala y fue a
abrir la puerta principal.
V: Admirable
decisión, Marcos (dijo con voz llena de sarcasmo). Has cometido un terrible error al relacionarte
con una mujer que se niega a odiar (ahora que lo miraba mejor, decidió que él
no era un príncipe, después de todo, sólo otro sapo).
Marcos no dijo
una palabra al pasar delante de ella, con pasos llenos de determinación. Victoria
cerró la puerta y se apoyó contra ella. Las
lágrimas le quemaban los párpados y le cerraban la garganta, pero mantuvo la
cabeza alta y se apresuró a regresar a la cocina, decidida a no ceder a las
poderosas emociones que la torturaban.
Terminó de
limpiar la cocina y después se dio una larga ducha. Luego se sentó a la mesa, esperando que Cristina
la llamara para pasar por las dos jóvenes a la biblioteca. La llamada llegó media hora después, pero para
entonces Victoria ya había alcanzado las galletas, dispuesta a la
autodestrucción.
En el camino de
regreso de la biblioteca a casa, Victoria se detuvo en McDonald's y les compró
a las jovencitas hamburguesas con queso y malteadas de chocolate para cenar en
la casa. Tenía la mente llena de dudas. En retrospectiva, deseaba haber hecho un
esfuerzo por explicar bien las cosas a Marcos. La idea de no volverlo a ver era demasiado
dolorosa.
C: ¿No vas a pedir
algo para ti, mami? (quiso saber Cristina).
V: No esta noche (Victoria
logró sonreír).
Logró también
mantener una apariencia alegre y serena mientras las chicas cenaban y
comentaban sobre los muchachos que habían visto en la biblioteca y sobre cómo
iban a sorprender a la señora Carrasco con su magnífica labor de investigación.
C: ¿Te sientes
bien? (preguntó Cristina de repente).
V: Claro (mintió Victoria,
buscando con la mirada algo en que ocupar sus temblorosas manos. Se decidió por sacudir con energía el
mostrador de la cocina. En realidad
sentía una especie de náusea, pero no podía culpar a Marcos; ella misma se lo
había causado con esas estúpidas galletas).
Fue cuando estaba
echando al cesto de basura las cajas vacías de la cena, que las tontas lágrimas
amenazaron con brotar. Hizo lo posible
por ocultarlas y tomó el cesto con presteza para llevarlo al traspatio. Nicole fue al cuarto de Cristina por un
cassette, pero esta última siguió a su madre afuera.
C: Mami, ¿qué te
pasa?
V: Nada, cielo.
C: Tienes
lágrimas en los ojos.
V: No es nada.
C: Tú nunca
lloras.
V: Debo de tener
los ojos irritados por algo, el polvo... no sé (dijo Victoria, sacudiendo la
cabeza. El esfuerzo por sonreír era
demasiado para ella. Se irguió y puso
las manos sobre los hombros de su hija; luego aspiró profundamente). Quiero que no te decepciones si no vuelvo a
ver al señor Guerrero.
C: Él te hizo
llorar, ¿verdad? (inquirió Cristina con voz alarmada).
V: No (se
apresuró a negar Victoria). Ya te lo
dije, algo debió de irritarme los ojos.
Cristina la
observó con ceño fruncido y Victoria trató de sostenerle la mirada. Si había sido tan tonta de volver a ponerse a
merced de un hombre, entonces merecía este dolor.
Dos horas después, Marcos llegó para recoger a
Nicole. Victoria pidió a Cristina que
abriera la puerta y ella permaneció en la cocina, pretendiendo estar
ocupada. Cuando se abrió la puerta, Victoria
supuso que era su hija y preguntó:
V: ¿Ya se fue
Nicole?
M: Todavía no.
Victoria se
volvió con presteza al sonido de la ronca voz de Marcos.
V: ¿Dónde están las
chicas? (preguntó ella).
M: En el cuarto
de Cristina, quiero hablar contigo.
V: No creo que
eso vaya a servir de gran cosa.
M: Lo he pensado
bien.
V: Te felicito. Por desgracia yo también. Tienes toda la razón al decir que no debemos
vernos más.
Marcos se pasó
los dedos entre los cabellos y caminó a grandes pasos hacia el otro extremo de
la habitación.
M: Está bien, lo
admito. Estaba celoso, muy celoso cuando
llegué y te encontré tomando café con Antonio. Me pareció que lo agasajabas como a un héroe
conquistador que regresaba de la guerra.
V: Por Dios, Marcos,
qué idea tan absurda.
M: Charlaban y
reían.
V: Terribles
pecados, debo admitir.
Marcos palideció
y apretó las mandíbulas.
M: Lo único que
puedo hacer es pedirte que me perdones, Victoria. Ya hice el ridículo una vez con la mujer a la
que amaba y no deseaba repetir el error contigo.
Un silencio tenso
se irguió entre ellos. Pensé que podía
apartarme de ti sin sentir remordimientos, pero no es así (continuó él). No he dejado de pensar en ti toda la tarde. Creo que reaccioné con exageración. Me comporté como un tonto celoso.
V: Fuiste irracional
y ofensivo y por tu culpa... comí demasiadas galletas.
M: ¿Qué?
V: Me oíste. Engullí más de una docena de galletas y por tu
causa me enfermaré del estómago. Si tú
abrigabas temores por lo que te sucedió con Carmen, no es nada en comparación
con los temores que yo he enfrentado desde que te conocí. No puedo afrontar tu inseguridad, Marcos. Tengo demasiadas con las mías.
M: Victoria, ya
te pedí perdón. Si puedes asegurarme con
toda honestidad que no hay la menor posibilidad de que regreses con Antonio
algún día, te juro que olvidaré el asunto y nunca más lo sacaré a colación. Pero necesito saber eso. Lo siento, pero necesito oírlo de tus labios.
V: Yo tenía una
vida apacible y agradable antes que entraras en ella.
M: Victoria, te
hice una pregunta.
V: ¡Debes de
estar loco! Ciertamente yo debería estar
para el manicomio si pensara regresar con Antonio. Nuestra relación, terminó el día que nos
separamos y, sin duda, mucho antes.
Marcos se relajó
visiblemente.
M: No te culparía
si decidieras no volver a verme, pero tengo la esperanza de que podrás olvidar
lo que sucedió esta tarde y podamos volver a ser... novios.
Victoria luchó
contra el poderoso magnetismo de Marcos, después asintió, accediendo a olvidar
el incidente.
Marcos caminó
hacia ella y la abrazó. Victoria se
sintió como si ese fuera su lugar natural, en los brazos de Marcos. Una vez él le había dicho que no la lastimaría
como Antonio, pero quererlo, arriesgarse a una relación con él la hacía sentir
otra vez vulnerable y temerosa.
M: ¿Te reduje a comerte
una docena de galletas? (murmuró Marcos a su oído. Ella asintió).
V: Eres un
malvado. No quise comer tantas, pero me
senté a la mesa con un paquete de galletas y un vaso de leche para reflexionar
lo que había pasado y, conforme más pensaba, más me enfadaba y más galletas
comía.
M: ¿Eso podría
significar que me quieres un poco?
Ella volvió a
asentir.
V: No me gusta discutir
contigo. Sentí toda la tarde el estómago
hecho nudos.
M: Cielos. Victoria, no puedo creer que podemos ser tan
tontos (murmuró él, dándole una lluvia de besos en la cara).
V: ¿Podemos?
Habla por ti mismo (replicó Victoria, alzando la cara para mirarlo a los ojos
con ceño de reproche, pero su leve irritación se desvaneció en cuanto sus ojos
se encontraron).
Marcos la estaba
mirando con tal ternura, tal interés y preocupación, que todas las emociones
negativas que sintiera esa tarde fueron barridas como el polvo por una lluvia
de primavera.
El la volvió a
besar, con tal intensidad que la dejó sin dudas respecto a sus sentimientos. Cuando él alzó la cabeza, Victoria lo miró con
ojos empañados por las lágrimas.
V: Me alegro de
que hayas regresado (le susurró, cuando pudo encontrar su voz).
M: Yo también (Marcos
la besó de nuevo, con suavidad esta vez saboreando los labios de Victoria,
limpiando a besos las lágrimas de sus mejillas). Me sentí un infame esta tarde (una vez más él
cubrió la boca de ella con la suya, creando una deliciosa sensación que
electrizó a Victoria de la cabeza a los pies).
Los besos se
detuvieron cuando les llegaron unas voces airadas desde la sala.
Continuara…