sábado, 30 de noviembre de 2013

Capítulo 13

Cuando Me Enamoro
Capítulo 13 - Visita Inesperada

Esa noche, digo madrugada, Marcos y Victoria habían decidido no decirles todavía nada a sus hijas.  Ellos querían que su relación se afianzara más, querían ver como su recién noviazgo se encaminaba día a día, pero sobre todo no darles a sus hijas falsas expectativas y que su amistad se viera afectada por un problema amoroso de ellos.

Días después…
De rodillas en el suelo de la cocina, Victoria contenía el aliento y asomaba tentativamente la cabeza en el horno cubierto de espuma.  Hizo una mueca ante el olor del detergente mientras pasaba la esponja por los lados.  Una inusitada oleada de energía la había impulsado a trabajar en la casa esa mañana de sábado.
C: Ya me voy (anunció Cristina detrás de ella).
Victoria sacó la cabeza del horno y se volvió a mirar a su hija.
V: ¿A qué hora terminarás tu trabajo en la biblioteca? (Cristina y Nicole estaban trabajando juntas en un proyecto escolar y, aunque se quejaron porque debían hacer investigaciones, habían llegado a disfrutarlo.  Quizás en parte por la cantidad de chicos de secundaria que asistían a la biblioteca).
C: No sé, mami, pero te llamaré.  Y recuerda, Nicole vendrá a casa después.
V: Recuerdo.
Cristina vaciló, luego preguntó:
C: ¿Cuándo volverás a salir con el señor Guerrero?
Victoria consultó el calendario.
V: El próximo fin de semana.  Iremos a una fiesta de su compañía.
C: Oh.
Victoria se pasó un brazo por la mejilla y miró a su hija con suspicacia.
V: ¿Qué quiere decir eso?
C: ¿Qué?
V: Escucha.
Cristina se encogió de hombros.
C: Nada... lo que pasa es que no estás saliendo con el señor Guerrero tanto como deberías.  Te gusta él, ¿verdad?
V: Es muy agradable (dijo Victoria con cautela.  Si admitía algo más que una leve atracción, Cristina deduciría mucho más).
C: ¿Agradable? (exclamó Cristina).  ¿Es todo lo que puedes decir sobre el señor Guerrero?  Creo que él es mucho más que agradable, mamá.
Suspirando con fuerza, Victoria volvió a meter la cabeza en el homo, como el avestruz en su hoyo, y talló con fuerza los costados.
C: ¿Vas a ignorarme? (preguntó su hija).
Victoria volvió a sacar la cabeza y miró sin pestañear a su hija.
V: Sí.  A menos que te ofrezcas a limpiar tú misma el horno.
C: Lo haría, pero tengo que ir a la biblioteca con Nicole.
Victoria hizo una mueca escéptica y cuando iba a volver a su tarea oyó la bocina de un auto afuera.
C: Es el señor Guerrero (indicó la niña, mirando hacia la sala).  Te llamaré cuando hayamos terminado.
V: De acuerdo, nena.  Trabaja bien.
C: Lo haré.
Con una agilidad que habría sido envidiada por un corredor olímpico, Cristina salió de la cocina.  Dos segundos después sonó con fuerza la puerta del frente al cerrarse.  Victoria estaba un poco decepcionada de que Marcos no hubiera pasado a saludarla.  El había telefoneado antes para explicar que, después de dejar a las jóvenes en la biblioteca, iría a su oficina para estar allí un par de horas.  Había surgido un problema inesperado y necesitaba afrontarlo de inmediato.
En realidad Victoria tenía que admitir que estaba más agradecida que decepcionada de que Marcos no hubiera entrado.  Necesitaba esa corta separación para poner en orden sus sentimientos.  Después de haber hecho el amor con Marcos, Victoria supo que estaba completamente enamorada de él.  Cada vez que pensaba en él la asaltaba una oleada de calor y felicidad.  Por primera vez desde su separación se permitía el lujo de volver a soñar, de amar y aunque la idea de casarse y formar una gran familia la excitaba y emocionaba, pero también la aterraba.
Quince minutos después, con el sudor perlándole la frente y el labio superior, Victoria lanzó un suspiro y se sentó sobre los talones.  El pelo, que se había atado atrás de la cabeza, se le había soltado.  Se apartó con una mano los sueltos rizos.  Luego vació la cubeta de agua sucia y la volvió a llenar para dar una última limpiada al horno. Se había acuclillado, cuando sonó el timbre de la puerta.
V: Vaya (pensó, bajando la mirada de su propio aspecto. Parecía a alguién que ha escapado de la ciénaga en una película de terror.  Forzando una sonrisa, se quitó los guantes de látex y fue hacia la puerta).
V: ¡Antonio! —exclamó Victoria con azoro al ver a su ex compañero en la entrada.
A: ¿Puedo entrar?
V: Por supuesto (farfulló ella, pasándose una mano por los cabellos y apartándose para dejarlo pasar).
Antonio tenía muy buena apariencia, como siempre.
A: Me da gusto verte, Victoria.
V: ¿Qué te trae acá? (ella trató por mantener la voz tranquila y controlada, procurando ocultar el descontrol que le había causado la inesperada visita).
A: Debo asistir a una conferencia en el centro de la ciudad.  Perdona por haber venido sin avisar, pero ya que vine a Buenos Aires, me pareció que podía pasar a ver cómo están tú y Cristina.  (Antonio fue parte de crianza de Cristina en su niñez)
V: Me hubiera gustado que llamaras antes.  Cristina está en la biblioteca.
A: Debí haber llamado antes, pero no sabía si tendría el tiempo para venir.

Victoria no creyó eso en absoluto.  No le habría tomado mucho tiempo ni le habría sido engorroso telefonear antes de salir del hotel.  Pero ella no comentó nada, pensando que sería inútil.

V: Pasa y toma una taza de café (lo condujo a la cocina y le sirvió una taza).
El la recompensó con una sonrisa deslumbradora.  Cuando quería, Antonio podía ser encantador, atento y hasta generoso.  Desconcertadamente, su ex pareja no era del todo mala persona.  La había herido con su infidelidad, pero a su manera la había amado y a Cristina también; tanto como podía amar un narcisista inmaduro.  Tuvieron que pasar varios años para que Victoria tuviera la suficiente perspectiva para apreciar las cualidades de Antonio y perdonarle el dolor que le causara.
A: Está linda tu casa (comentó él, mirando a su alrededor).  ¿Cuánto hace que vives aquí?
V: Hace varios años.
A: ¿Cómo está Cristina? Victoria se alegró de que la conversación se desviara un poco al tema de Cristina.
Antonio escuchaba y reía y luego su expresión se suavizó al estudiar a Victoria.
A: Tienes muy buena apariencia.
Ella hizo una mueca irónica.
V: Seguro, acabo de trabajar en el jardín y de limpiar el horno; debo de estar espléndida.
A: Ya me preguntaba yo sobre tu nuevo perfume con olor a detergente.
Ambos rieron.  Antonio comenzó a bromear con ella respecto a sus primeros años juntos y sobre los platillos experimentales que ella le había cocinado esperando alabanzas.  Victoria disfrutó los comentarios, pues Antonio sabía ser gracioso y divertido cuando quería.
El timbre de la puerta sonó y, todavía riendo, Victoria se puso de pie.
V: Debe de ser uno de los chicos del vecindario.  No tardaré (nunca cesaba de asombrarse de lo agradable que era estar con Antonio).  Le había desgarrado el corazón, le había mentido, le fue infiel y, sin embargo, no podía estar con él sin reír y sentirse a gusto.  Era una de esas personas a las que podía catalogar como "simpático".  Victoria era lo bastante madura para reconocer los defectos de su ex pareja, pero sin dejar de notar sus cualidades).
Por segunda vez ese día, Victoria recibió un impacto al ver al hombre que estaba en el umbral.
V: ¡Marcos!
M: Hola (saludó él con una sonrisa de conejo).  Nuestras hijas se quedaron en la biblioteca y me pareció que podría pasar por una taza de café antes de ir a la oficina.  Allá afuera oí que reías. ¿Tienes compañía? ¿Prefieres que regrese después?
V: No... No, entra (dijo Victoria, con el pulso acelerado).  
Bajando la mirada, se apartó automáticamente.  Marcos entró a la sala e hizo una pausa, luego alzó una mano y tocó con suavidad la mejilla de Victoria en un gesto tan tierno y amoroso que ella deseó arrojarse a sus brazos.
Marcos la miró con atención, pero a ella le costó trabajo sostenerle la mirada.  El arrugó el ceño y sus ojos se ensombrecieron.
M: Es mal momento para visitarte, ¿verdad?
V: No... De veras no (cuando Victoria se volvió, Antonio estaba parado en el umbral de la cocina, mirándolos.  La sonrisa de Victoria era trémula, casi una mueca, mientras hacía las presentaciones).  Antonio, te presento a Marcos Guerrero, Marcos, él es Antonio... mi expareja.
Por un momento, los dos hombres se miraron como dos osos iracundos reclamando su territorio.  Cuando se acercaron uno al otro, Victoria contuvo el aliento por temor de que ninguno hiciera el esfuerzo por ser civilizado.
Azorada, los observó intercambiar apretones de mano y saludos corteses.
V: Antonio vino a Buenos Aires para una conferencia sobre bienes raíces y quiso pasar a saludar a Cristina (explicó Victoria, casi barbotando las palabras).
A: También vine a saludarte a ti, Victoria (agregó Antonio en tono sugerente).
Ella le dirigió una mirada de enfado antes de entrar a la cocina, seguida por los dos hombres.  Victoria caminó directo a la alacena, sacó otra taza, la llenó con café y se la llevó a Marcos, a la mesa.
M: Cristina y mi hija están en la biblioteca (anunció Marcos en tono muy cortés, pero Victoria percibió la corriente oculta).
A: Sí, Victoria me lo dijo (replicó Antonio).
Los dos hombres permanecieron de pie, sonriéndose.  Marcos se sentó primero y Antonio hizo lo mismo en seguida.
A: ¿A qué se dedica usted? (preguntó Antonio).
M: Soy socio mayoritario de Deportes Extremos.
Fue obvio para Victoria que Antonio no se dignó escuchar la respuesta de Marcos, porque de inmediato dijo en tono petulante:
A: Hace poco abrí mi propia agencia de bienes raíces y tengo planes de expandirme en los próximos dos años.
Al observar el cambio en la expresión de su ex pareja cuando fue penetrando en su conciencia la identidad de Marcos, Victoria apenas pudo contener la risa.
A: Deportes Extremos (murmuró Antonio, casi boquiabierto).  Recuerdo haber leído en el periódico que John Becky se había asociado con alguien.
Victoria casi sintió lástima por Antonio.
V: Cristina y la hija de Marcos, Nicole, son muy buenas amigas.  Participaron juntas en el festival artístico de la escuela... del que te estaba hablando.
M: Siendo tan buenas amigas nuestras hijas, lo más natural fuera que Victoria y yo comenzáramos a intimar (manifestó Marcos, dirigiendo a Victoria la más cálida de las sonrisas).
A: Entiendo (murmuró Antonio).
M: De veras espero que entienda (replicó Marcos, con frialdad).
Victoria resistió el impulso de alzar los ojos al techo.  Los dos se estaban comportando como dos chicos inmaduros, entablando un duelo de miradas y palabras como dos colegiales compitiendo por una chica.
A: Creo que será mejor si me retiro (dijo Antonio luego de un momento.  Se puso de pie, como ansioso por iniciar la retirada).
Como buena anfitriona, Victoria se levantó cuando Antonio lo hizo.
V: Te acompaño a la puerta
Antonio dirigió a Marcos una sonrisa cautelosa.
A: No es necesario.
V: Por supuesto que sí.
Para consternación de Victoria, Marcos los siguió y permaneció en segundo plano mientras Antonio hablaba, Victoria podía sentir la mirada de Marcos quemándole la espalda.  No entendía por qué la había seguido a la puerta.  Era una muestra de desconfianza y eso la irritaba sobremanera.
En cuanto su ex pareja se fue, ella cerró la puerta y se vio a mirar a Marcos con enfado.
M: Pensé que él te había roto el corazón (dijo Marcos con voz seca y de modo cortante).
Victoria se preguntó si debía responderle o no, luego decidió que lo mejor sería aclarar la atmósfera.
V: Sí.  Me lo rompió.
M: Te escuché reír cuando llamé a la puerta. ¿Pasas con frecuencia tan buenos ratos con hombres que se supone que odias?
V: No odio a Antonio.
M: Es obvio.
V: Marcos, ¿qué pasa contigo?
M: ¿Qué me pasa? Nada... no me pasa nada.  Resulta que me encuentro a mi novia, en charla animada con su ex pareja, y no tengo empacho en decir que estoy enfadado.  Pero no me pasa nada.  A quien le pasa algo es a ti.
Victoria hizo un esfuerzo por conservar la calma.
V: Marcos!  Antes que comencemos a discutir, sentémonos y hablemos del asunto (Victoria se encaminó a la cocina y, una vez allí, tomó la taza de Antonio y la depositó en el fregadero.  Deseaba borrar toda evidencia de la visita de su ex pareja.  Quería mostrar a Marcos que Antonio ya no significaba nada para ella.  Pero también quería hacerle entender que no eran enemigos).
V: Primero que nada (declaró ella, con tanta calma como le permitía su acelerado corazón), nunca podría odiar a Antonio como pareces suponer que debo odiarlo.  Por lo que a mí respecta, creo que eso sería contraproducente.  Antonio es incapaz de serle fiel a una sola mujer, por lo que prefiero mantener con él una relación amistosa.
M: Pero él te engañó... te utilizó.
V: Sí (tuvo que admitir ella).  Pero, Marcos, viví muchos años con Antonio.  No es del todo malo, nadie lo es, y también hubo algunos buenos momentos en nuestra relación.  Ahora estamos separados.  ¿De qué serviría abrigar resentimiento contra él?

M: Desde el momento que entré aquí, La actitud que mostró él fue de que podría recuperarte en el momento en que quisiera.
Victoria no estaba ciega; había reconocido las miradas que su ex pareja había dirigido a Marcos y las insinuaciones.
V: Eso le gustaría creer.  Eso lo ayuda a sostener su ego.
M: ¿Y se lo permites?
V: No, de la manera como lo imaginas.
Marcos meditó eso unos momentos.
M: ¿Con qué frecuencia se presenta sin anunciarse como ahora?
Victoria vaciló, preguntándose si debería responder esa pregunta.  El tono de Marcos se había suavizado, pero era obvio que aún estaba enfadado.
V: Hacía más de dos años que no lo veía.  Esta es la primera vez que viene a esta casa.
Las manos de Marcos aferraron con dedos crispados la taza.
M: Todavía lo amas, ¿verdad?
La pregunta golpeó a Victoria en medio de los ojos.  Abrió la boca y la cerró varias veces mientras buscaba las palabras para negar tal sugerencia.  Luego comprendió que no podía.  Sería fácil mentir a Marcos respecto a esto para conservar la paz, pero sería un engaño mutuo.
V: Supongo que en cierta forma lo quiero (dijo con voz suave).  Aunque me gustaría decirte que ya no siento nada por él, no puedo hacerlo con absoluta honestidad.  Pero, por favor, trata de entender...
M: No necesitas decir más (Marcos se puso de pie de improviso, con la espalda rígida).  Te agradezco que me hayas dicho la verdad.  No te quitaré más tu tiempo.  Deseo que tú y Cristina sean felices (con esto, salió de la cocina a grandes zancadas, en dirección a la puerta principal).
Victoria estaba consternada.
V: Marcos... hablas como si no quisieras volverme a ver.
M: Creo que sería lo mejor para todos (replicó él, sin volverse a mirarla).
V: Pero... esto es una tontería.  Nada ha cambiado (Victoria cerró la boca con firmeza).  Si Marcos quería comportarse de manera tan infantil y arruinarlo todo, no estaba dispuesta a discutir con él.  Fue él quien insistió en que existía algo especial entre ellos.  ¡Y ahora se comportaba así!  Bien.  Si así lo quería...  Mas vale descubrir a tiempo lo irrazonable que podía ser.  Era mejor saber que podía volverse tan iracundo y ofensivo.
M: No tengo intención de relacionarme con una mujer que todavía ama al ex pareja irresponsable (anunció él con voz controlada, pero teñida de tensión interior).
Sin poder contener por más tiempo su furia, Victoria cruzó con paso firme la sala y fue a abrir la puerta principal.
V: Admirable decisión, Marcos (dijo con voz llena de sarcasmo).  Has cometido un terrible error al relacionarte con una mujer que se niega a odiar (ahora que lo miraba mejor, decidió que él no era un príncipe, después de todo, sólo otro sapo).

Marcos no dijo una palabra al pasar delante de ella, con pasos llenos de determinación. Victoria cerró la puerta y se apoyó contra ella.  Las lágrimas le quemaban los párpados y le cerraban la garganta, pero mantuvo la cabeza alta y se apresuró a regresar a la cocina, decidida a no ceder a las poderosas emociones que la torturaban.
Terminó de limpiar la cocina y después se dio una larga ducha.  Luego se sentó a la mesa, esperando que Cristina la llamara para pasar por las dos jóvenes a la biblioteca.  La llamada llegó media hora después, pero para entonces Victoria ya había alcanzado las galletas, dispuesta a la autodestrucción.
En el camino de regreso de la biblioteca a casa, Victoria se detuvo en McDonald's y les compró a las jovencitas hamburguesas con queso y malteadas de chocolate para cenar en la casa.  Tenía la mente llena de dudas.  En retrospectiva, deseaba haber hecho un esfuerzo por explicar bien las cosas a Marcos.  La idea de no volverlo a ver era demasiado dolorosa.
C: ¿No vas a pedir algo para ti, mami? (quiso saber Cristina).
V: No esta noche (Victoria logró sonreír).
Logró también mantener una apariencia alegre y serena mientras las chicas cenaban y comentaban sobre los muchachos que habían visto en la biblioteca y sobre cómo iban a sorprender a la señora Carrasco con su magnífica labor de investigación.
C: ¿Te sientes bien? (preguntó Cristina de repente).
V: Claro (mintió Victoria, buscando con la mirada algo en que ocupar sus temblorosas manos.  Se decidió por sacudir con energía el mostrador de la cocina.  En realidad sentía una especie de náusea, pero no podía culpar a Marcos; ella misma se lo había causado con esas estúpidas galletas).
Fue cuando estaba echando al cesto de basura las cajas vacías de la cena, que las tontas lágrimas amenazaron con brotar.  Hizo lo posible por ocultarlas y tomó el cesto con presteza para llevarlo al traspatio.  Nicole fue al cuarto de Cristina por un cassette, pero esta última siguió a su madre afuera.
C: Mami, ¿qué te pasa?
V: Nada, cielo.
C: Tienes lágrimas en los ojos.
V: No es nada.
C: Tú nunca lloras.     
V: Debo de tener los ojos irritados por algo, el polvo... no sé (dijo Victoria, sacudiendo la cabeza.  El esfuerzo por sonreír era demasiado para ella.  Se irguió y puso las manos sobre los hombros de su hija; luego aspiró profundamente).  Quiero que no te decepciones si no vuelvo a ver al señor Guerrero.
C: Él te hizo llorar, ¿verdad? (inquirió Cristina con voz alarmada).
V: No (se apresuró a negar Victoria).  Ya te lo dije, algo debió de irritarme los ojos.
Cristina la observó con ceño fruncido y Victoria trató de sostenerle la mirada.  Si había sido tan tonta de volver a ponerse a merced de un hombre, entonces merecía este dolor.
 Dos horas después, Marcos llegó para recoger a Nicole.  Victoria pidió a Cristina que abriera la puerta y ella permaneció en la cocina, pretendiendo estar ocupada.  Cuando se abrió la puerta, Victoria supuso que era su hija y preguntó:
V: ¿Ya se fue Nicole?
M: Todavía no.
Victoria se volvió con presteza al sonido de la ronca voz de Marcos.
V: ¿Dónde están las chicas? (preguntó ella).
M: En el cuarto de Cristina, quiero hablar contigo.
V: No creo que eso vaya a servir de gran cosa.
M: Lo he pensado bien.
V: Te felicito.  Por desgracia yo también.  Tienes toda la razón al decir que no debemos vernos más.
Marcos se pasó los dedos entre los cabellos y caminó a grandes pasos hacia el otro extremo de la habitación.
M: Está bien, lo admito.  Estaba celoso, muy celoso cuando llegué y te encontré tomando café con Antonio.  Me pareció que lo agasajabas como a un héroe conquistador que regresaba de la guerra.
V: Por Dios, Marcos, qué idea tan absurda.
M: Charlaban y reían.
V: Terribles pecados, debo admitir.
Marcos palideció y apretó las mandíbulas.
M: Lo único que puedo hacer es pedirte que me perdones, Victoria.  Ya hice el ridículo una vez con la mujer a la que amaba y no deseaba repetir el error contigo.
Un silencio tenso se irguió entre ellos.  Pensé que podía apartarme de ti sin sentir remordimientos, pero no es así (continuó él).  No he dejado de pensar en ti toda la tarde.  Creo que reaccioné con exageración.  Me comporté como un tonto celoso.
V: Fuiste irracional y ofensivo y por tu culpa... comí demasiadas galletas.
M: ¿Qué?
V: Me oíste.  Engullí más de una docena de galletas y por tu causa me enfermaré del estómago.  Si tú abrigabas temores por lo que te sucedió con Carmen, no es nada en comparación con los temores que yo he enfrentado desde que te conocí.  No puedo afrontar tu inseguridad, Marcos.  Tengo demasiadas con las mías.
M: Victoria, ya te pedí perdón.  Si puedes asegurarme con toda honestidad que no hay la menor posibilidad de que regreses con Antonio algún día, te juro que olvidaré el asunto y nunca más lo sacaré a colación.  Pero necesito saber eso.  Lo siento, pero necesito oírlo de tus labios.
V: Yo tenía una vida apacible y agradable antes que entraras en ella.
M: Victoria, te hice una pregunta.
V: ¡Debes de estar loco!  Ciertamente yo debería estar para el manicomio si pensara regresar con Antonio.  Nuestra relación, terminó el día que nos separamos y, sin duda, mucho antes.
Marcos se relajó visiblemente.
M: No te culparía si decidieras no volver a verme, pero tengo la esperanza de que podrás olvidar lo que sucedió esta tarde y podamos volver a ser... novios.
Victoria luchó contra el poderoso magnetismo de Marcos, después asintió, accediendo a olvidar el incidente.
Marcos caminó hacia ella y la abrazó.  Victoria se sintió como si ese fuera su lugar natural, en los brazos de Marcos.  Una vez él le había dicho que no la lastimaría como Antonio, pero quererlo, arriesgarse a una relación con él la hacía sentir otra vez vulnerable y temerosa.
M: ¿Te reduje a comerte una docena de galletas? (murmuró Marcos a su oído. Ella asintió).
V: Eres un malvado.  No quise comer tantas, pero me senté a la mesa con un paquete de galletas y un vaso de leche para reflexionar lo que había pasado y, conforme más pensaba, más me enfadaba y más galletas comía.
M: ¿Eso podría significar que me quieres un poco?
Ella volvió a asentir.
V: No me gusta discutir contigo.  Sentí toda la tarde el estómago hecho nudos.
M: Cielos.  Victoria, no puedo creer que podemos ser tan tontos (murmuró él, dándole una lluvia de besos en la cara).
V: ¿Podemos? Habla por ti mismo (replicó Victoria, alzando la cara para mirarlo a los ojos con ceño de reproche, pero su leve irritación se desvaneció en cuanto sus ojos se encontraron).
Marcos la estaba mirando con tal ternura, tal interés y preocupación, que todas las emociones negativas que sintiera esa tarde fueron barridas como el polvo por una lluvia de primavera.
El la volvió a besar, con tal intensidad que la dejó sin dudas respecto a sus sentimientos.  Cuando él alzó la cabeza, Victoria lo miró con ojos empañados por las lágrimas.
V: Me alegro de que hayas regresado (le susurró, cuando pudo encontrar su voz).
M: Yo también (Marcos la besó de nuevo, con suavidad esta vez saboreando los labios de Victoria, limpiando a besos las lágrimas de sus mejillas).  Me sentí un infame esta tarde (una vez más él cubrió la boca de ella con la suya, creando una deliciosa sensación que electrizó a Victoria de la cabeza a los pies).
Los besos se detuvieron cuando les llegaron unas voces airadas desde la sala.


Continuara…

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