Cuando Me Enamoro
Capitulo 1
MAMI, olvide decirte que necesito dos
docenas de galletas horneadas para mañana temprano. Victoria Fernández abrió
los ojos con renuencia y alzó la cabeza de su suave almohada de plumas, mirando
con ojos adormilados el reloj de su pequeña mesa de noche. V: Cristina, pasan
de las once de la noche.
C: Lo sé, mami. Lo siento. Pero tengo que llevar las galletas.
V: No, no es necesario, Hay un paquete de galletas encima de la alacena.
C: No, mami. Tienen que ser galletas horneadas en casa.
V: Pues lo siento mucho. Debiste pedírmelo antes. Ahora es demasiado
tarde para ponernos a hornear.
C: Mami, sé que se me olvidó, (suplicó la niña). ¡Pero tengo que llevar las galletas mañana a
clase! ¡Es importante! ¡Muy importante!
V: Convénceme (Victoria usaba la frase con frecuencia).
Victoria no quería ser inflexible ni demasiado severa. Pero era difícil
ser madre y padre a la vez. Hace diez
años, Victoria se había hecho cargo de la crianza de Cristina una vez que su mejor
amiga, Eleonora, falleciera inesperadamente, un mes después que su hija había
cumplido dos añitos. Cristina, aunque
conocía de su origen, consideraba y amaba a Victoria como su madre.
C: Es el último día de la señora Lozano, como maestra de nosotras...
¿recuerdas que te dije que habían transferido a su esposo a Brazil? Todos en la
clase estamos muy tristes de que se vaya, de modo que organizamos una fiesta de
despedida.
V: ¿Quiénes la organizaron?
C: Nicole y yo. Ella llevará las
servilletas, tazas y el jugo, y se supone que yo debo llevar las galletas hechas
en casa. De chocolate con nueces. Tengo que llevarlas, mami. Nicole nunca me perdonaría si llevo un paquete
de galletas de fábrica para una maestra tan maravillosa como la señora Lozano.
Cristina había conocido a Nicole casi cinco meses antes, al principio
del año escolar, y las dos niñas se habían convertido desde entonces en uña y
carne.
V: (Victoria suspiró y dijo) Ah, magnífico, terminaré horneando galletas
hasta la madrugada.
V: Está bien (cediendo a las súplicas de su hija).
La señora Lozano era en efecto una maestra maravillosa y Victoria
lamentaba tanto como Cristina que se fuera de la escuela.
C: No podemos dejar que la señora Lozano se vaya a Brazil sin hacerle
una despedida especial.
Incluso en la semi oscuridad de su cuarto, Victoria reconoció la súplica
en los ojos verdes de su hija. Se
parecía tanto a su amiga de la infancia, Eleonora, que Victoria sintió una
punzada de melancolía. A veces, en ocasiones aisladas como ésta, la recordaba. Su amiga fue la persona la ayudó a enfrentar
el divorcio de sus padres cuando ellas transitaban su adolescencia, como también
cuando se enteró de su verdadera identidad.
A través de los años había logrado independencia y respeto, forjándose
una carrera en Administración y manejando la empresa familiar, Golosinas Bandi. Y ahora estaba a punto de lograr su meta de
convertirse en la primera mujer en expandir y establecer sucursales en cuatro
países fuera de Argentina.
V: Está bien, querida (dijo en un suspiro, volviendo a fijar sus
pensamientos en el presente) Hornearé las
galletas. Pero la próxima vez, avísame con tiempo, ¿eh?
El alivio de Cristina fue evidente.
C: Gracias, mami. Eres un ángel.
Victoria recibió el elogio con una sonrisa irónica. Apartó las colchas y
al levantarse de la cama buscó su bata. Cristina
se apresuró hacia la cocina.
C: Encenderé el horno y tendré todo listo (gritó por encima del hombro).
V: Está bien (dice Victoria con un bostezo mientras buscaba con un pie sus
zapatillas debajo de la cama).
C: Problemas, mami (anunció Cristina cuando Victoria entró a la cocina).
La joven estaba parada sobre una silla frente a las alacenas abiertas,
con una galleta entre los dientes.
C: No tenemos harina preparada y no hay nueces.
V: Eso temía yo.
C: Creo que tendremos que prepararlo todo nosotras (sugirió Cristina,
buscando otra galleta del paquete)
V: No a esta hora, tardaríamos años.
Iré al mercado en el coche. Cerca de la casa había una tienda que
permanecía abierta las veinticuatro horas.
Cristina bajó de la silla de un salto. Los bolsillos de su bata estaban
repletos de galletas, pero su intento por ocultarlas falló. Victoria señaló el
frasco de galletas y Cristina vació, resignada, sus bolsillos. Cuando Cristina terminó, Victoria bostezó
otra vez y se encaminó hacia su habitación.
C: Mami, si te vas a ir a la tienda, supongo que debo acompañarte.
V: No, mi amor, no tardaré. Quédate aquí.
C: Está bien (accedió Cristina).
Victoria se puso sus botas altas encima de unos calcetines gruesos de
lana, para aguantar las inclemencias del frío invierno. No le divertía mucho la idea de salir de su
casa a esas horas de la noche, dejar a su hija sola en la casa y afrontar los
elementos del clima, pero no quería defraudar a su hija.
C: Mami (Quién había seguido a su madre al cuarto, con una expresión
pensativa)¿Has pensado alguna vez en casarte?
Sorprendida, Victoria alzó la mirada y estudió a su hija. La pregunta era inesperada, pero tenía la
respuesta lista.
V: Nunca (declaró inmediatamente).
Después de varias decepciones amorosas, había sido suficiente. Nunca más buscaría la felicidad en un hombre;
estaba decidida a forjar sola su destino junto a su hija. Pero la interrogante de su hija la hizo
preguntarse si la chica necesitaba una figura paterna.
V: ¿Por qué, mi cielo?
C: No estoy segura, pero me gustaría que te enamoraras y luego te
casaras. ¿Sabes? Eres hermosa y tienes
una linda figura.
Victoria sonrió.
V: Vaya... supongo que debería darte las gracias.
C: Es la pura verdad y me gustaría mucho que compartas tu vida con un
buen hombre.
V: Viniendo de ti, debería tomar eso como un elogio, considerando que
tengo treinta y tres años.
C: Estoy segura de que si quisieras, podrías encontrar un buen hombre.
Le extrañaba oír a su hija decir ese tipo de cosas, nunca habían hablado
abiertamente sobre sus relaciones sentimentales.
Cuando terminó de batallar con sus botas, Victoria se dirigió a la
puerta.
C: ¡Mamá! (exclamó con los ojos redondos de consternación).
V: ¿Qué?
C: ¡No puedes salir así! (señalándola, como si su apariencia fuera
espantosa).
V: ¿Así? (Victoria bajó la mirada al largo abrigo azul de lana que se
había puesto encima del pijama. De
acuerdo, se veía parte del pijama, pero sólo muy poco. Y estaba dispuesta a
aceptar que las botas se verían mejor cerradas hasta arriba, pero estaba más
preocupada por la comodidad que por la apariencia).
C: Alguien podría verte
V: No te preocupes, no tengo intención de quitarme el abrigo.
C: Por lo menos péinate un poco. Podrías encontrarte con alguien.
V: Escucha, hija. Las únicas personas que me puedo encontrar en la
tienda a esta hora son insomnes o quizás alguna mujer embarazada con algún
antojo.
C: ¿Pero qué tal si tienes un accidente? El policía pensaría que eres
una especie de mujer estrafalaria.
Victoria bostezó.
V: Cristina, cualquiera que piense hornear galletas de chocolate y
nueces a medianoche tiene que ser estrafalario. Deja de preocuparte, sólo tomaré la harina y
las nueces y saldré en seguida al coche para regresar.
C: Como quieras (haciendo una mueca).
Colocándose el bolso sobre el hombro, Victoria abrió la puerta de la
casa y tiritó cuando el viento frio de fines de mayo la envolvió. Para protegerse del frío, se enrolló al cuello
la bufanda a rayas violeta de Cristina, hasta cubrirse las orejas y la boca.
Condujo alrededor de cinco minutos y estacionó su auto muy cerca de la
tienda, apagó el motor y entró a toda prisa al establecimiento. Tal como había previsto, el lugar estaba casi
vacío. Victoria se dirigió de inmediato al pasillo donde estaban los productos
para pastelería. Estaba tomando la
primera harina preparada con chocolate que se le presentó a la vista, cuando
oyó unos pasos leves detrás de ella.
X: ¡Señora Fernández! ¿Cómo
está? —la vocecita aguda y entusiasta resonó en la tienda como un gong chino.
Continuará……
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